SOSTENIBILIDAD… Esa palabra que funciona como brújula indicándonos el buen camino.
El concepto fue acuñado por un economista; Hans Carlowitz en 1713, en referencia a la industria maderera y a como gestionar los bosques de manera que la madera no se agotara, en un momento en el que la deforestación europea empezaba a manifestarse. En aquel entonces no era más que un cálculo con el que se obtenía la tasa de tala necesaria para que el bosque se pudiera recuperar, sin tener otros factores medioambientales en cuenta. Más adelante, que algo fuera sostenible englobaba a tres ámbitos diferentes; el económico, el social y el medioambiental. Y con eso, ya teníamos la receta mágica para crear un futuro mejor… Si no fuera, porque como sucede hasta el momento con todas las falsas soluciones, eso no implicaba cambiar nuestro sistema productivo y financiero.
Y es que éste término no surgió de una preocupación real por el devenir humano y medioambiental, sino más bien como una respuesta desde el sistema económico imperante para lograr que todo siguiera igual tras la publicación del Informe sobre los Límites Planetario del MIT en 1971, en el que se ponía en entredicho el concepto de crecimiento perpetúo analizando el estado presente de los recursos del planeta y haciendo una estimación (muy acertada que podemos comprobar hoy en día) a futuro. En ese momento, en plena guerra fría, frenar las políticas de crecimiento económico no sería negociable, nadie quería bajarse del carro, dejar de ganar y ponerse a pensar en el largo plazo y en los que vendrían detrás. Todo lo contrario, imperaba la idea de que el desarrollo era la respuesta a los problemas sociales y medioambientales.
Es aquí donde surge el término que hoy conocemos como Desarrollo Sostenible, donde se consiguió seguir con la idea de que se podía seguir creciendo infinitamente, eso sí, siempre que ese crecimiento fuera «sostenible». Así surge la definición que a todas nos suena: «Satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para atender sus propias necesidades». Pero ¿cómo? Cómo se iba a medir que algo comprometía las necesidades futuras si en paralelo surge el tecno-optimismo, que garantiza que a futuro siempre habrá avances tecnológicos que permitirá a esas generaciones disfrutar de recursos que en nuestro presente eran y son inaccesibles. Y efectivamente, cuando los recursos escasean aparecen nuevas tecnología y prácticas, como el «fracking». Prácticas que a la larga termina demostrándose que no pueden resolver problemas de accesibilidad sin generar otros problemas medioambientales que se suman a la larga lista de los ya tenemos (más contaminación, más degradación de ecosistemas, pérdida de biodiversidad, emisión de sustancias químicas de las que no se conoce su impacto a futuro, etc)
Y así hemos pasado los últimos siglos, actuando sin cambiar mucho porque ya en el futuro algo aparecerá que resuelva el problema. Sumado también a la idea de que cuanto más se desarrolla una civilización y más desarrollo económico presenta, su impacto medioambiental es menor. Y eso es cierto, porque consigue la suma económica suficiente y el posicionamiento frente a otras naciones para externalizar todo su impacto a los países menos desarrollados que les proveen de recursos y mano de obra barata y sumideros de su basura.
LA SOSTENIBILIDAD NO FUNCIONA Y ES MOMENTO DE QUE DEJE DE SER NUESTRA BRÚJULA.
La industria saca productos a diario bajo el lema de la sostenibilidad, perpetuando así un modelo de vida egoísta respecto de sociedades que se han desarrollado menos y para la vida de las generaciones futuras también. Seguimos siendo cortoplacistas en nuestra forma de pensar, actuar e incluso de relacionarnos entre nosotros.
LLEGA EL MOMENTO DE RECALIBRAR LA BRÚJULA NO HACIA UN DESARROLLO SOSTENIBLE, SINO HACIA UN BUEN VIVIR, donde el PIB no determine el nivel de bienestar, sino que lo sea la accesibilidad a los servicios básicos, el disfrute del tiempo libre, el acceso a alimentos sanos, la redistribución de la riqueza y desvincular el trabajo como la única vía de vivir una vida plena.
En palabras de Andreu Escrivà: «Garantizar las condiciones estructurales necesarias para la elección en libertad de nuestro camino vital, pese a que algunos se afanen en asimilar, errónea e interesadamente, capitalismo y libertad.
Si te ha interesado la reflexión, continúa leyendo el libro Contra la Sostenibilidad, del mismo autor que la frase de arriba. También puedes escucharte este podcast de Carne Cruda donde le entrevistan y resume algunas de las ideas que plantea en el libro.
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